Segundo Lugar en Cuentos Navideños 2023: "Los Adornos del Árbol" por Claudia Céspedes

13.03.2024

Te invitamos a disfrutar del cuento "Los adornos del árbol", obra de Claudia Céspedes y galardonado con el segundo lugar en el concurso nacional de cuentos navideños - convocatoria 2023, organizado por nuestro Club de Lectura La Paz.

Los adornos del árbol

Claudia Céspedes Arteaga

¡Ese color no combina!

¡Mamá, no alcanzo!

¡Ay que lindas las luces!

¡Mamaaaa, me toca poner la estrella este año!

Una tras otra siguen las exclamaciones en torno a la decoración del árbol. La casa está brillando de limpia, todas las ramas ya están ocupadas, menos una, la más vistosa, que aún está vacía al igual que mi corazón.

Esa rama, ahora pertenece al avión de latón más bello que se puedan imaginar, pero no siempre fue así.

No sé si todas las historias son bellas, pero estoy segura de que todas marcan de alguna manera el corazón.

Había conseguido mi primer trabajo y quise agradecer al Niño Dios comprando un juego nuevo de adornos para el árbol, más moderno… más fashion. El obsequio fue recibido con mucho agrado por mi familia que aún estaba completa, no por la novedad, sino porque ya, ambos cachorros teníamos las herramientas para ser independientes y con alegría nos pusimos a adornar nuestra casita, que en estas fechas se ponía aún más acogedora.

Mi hermano trajo unos chocolates con marshmelos, traídos de no sé dónde, y siempre era el encargado de trepar al ropero y bajar las cajas, no se si por espíritu navideño o solo por curiosear y hurguetear todo lo que no podíamos ver en días normales. Además, los 3 cofres de regalo que tenían los Reyes Magos de nuestro nacimiento eran y siempre serán muy atractivos. Tenían vajillas enanas, trompos diminutos y un mini largavista, que funcionaba, aunque por su tamaño podía perderse en la palma de la mano.

Papá empezaba, como cada año, su pelea con las luces, Primero hay que estirar las luces, y ver que todos los focos enciendan decía muy serio. Ponía un foco y quitaba otro hasta hacer que el circuito completo funcione o por lo menos hasta intentarlo. Aprendimos algo de paciencia y también de electricidad, pero no a saborear el éxito. Focos 10 – papá 0.

Mamá, que era mi cómplice en las burlas al respecto, ya había comprado un juego de luces nuevo, porque conocíamos el desenlace. Además, tenía todo listo para hacernos limpiar hasta el más mínimo hueco de la casa, puesto que no podíamos recibir las bendiciones de cada año con casa sucia.

Finalmente, la decoración estaba lista y el árbol terminado. Me sentía tan feliz y orgullosa que lo documenté en fotos, algunas con sonrisa obligada debido al tema de las luminarias.

Al día siguiente, quise tomar más fotos del árbol, pero casi me desmayo, porque alguien había colocado en la parte frontal y más vistosa un pequeño, viejo y en partes oxidado avión de latón, con una escarapela pintada en las alas y dos rueditas de madera ensartadas a un alfiler.

¿Quién arruinó el árbol?

Era mi único discurso y quise arrancarlo de inmediato, pero la sabia mano de mi madre lo evitó. Me pidió que espere hasta la tarde a estar juntos con la familia. La espera fue horrorosa y yo solo podía practicar los argumentos y adjetivos más punzantes que pudieran darme la razón.

Por fin llegó el momento de la verdad, estábamos sentados al rededor del árbol con una taza de café recién destilado, que no podía ser más amargo que la expresión de mi cara.

Papá no sabía nada de mi berrinche y me miraba con los ojos más bellos de la vida.

– Viejo, ¿nos cuentas la historia de tu avioncito por favor? dijo mi mami, que con solo la mirada me pidió que escuchara atenta.

Como saben, papi empezó el relato, yo me crie en diferentes orfanatos en los que la Navidad no era la fecha favorita por razones obvias. Tenía cinco años y era el más pequeño de los huérfanos por ese entonces. Nadie había venido a visitarme, ni siquiera mis hermanastros mayores, que se disputaban mi tutela para recoger la pensión que recibíamos los hijos de militares fallecidos. 

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Uno de los chicos, que, con sus 11 años para mí ya era un "hombre grande", tomó una lata vieja de refresco y con habilidad de herrero, la golpeó, cortó y dobló hasta hacer un avión. Yo era su ayudante, en realidad, solo agarraba el alicate y estorbaba con mi cabezota, pero me sentía feliz del título que me había otorgado.

Seré militar de Bolivia como mi padre, decía mi amigo, así que, con mucho civismo, robamos unas gotas de pintura del taller y pintamos una escarapela tricolor en cada ala.

Su avión quedó precioso, la pintura de las banderas estaba seca y brillante, la lija le había dado un tono reluciente ante el sol, los trenes de aterrizaje eran duros y resistentes; hasta podía escuchar su motor al despegar.

¿Fui buen ayudante? ¿Me lo puedes prestar algún día? Pregunté ansioso

Tontito, es tuyo, ¡es tu regalo de Navidad!

¡No lo podía creer! todo ese afán solo por mí.

Agradecí con muchos abrazos y prometí cuidarlo hasta grande, cuando también sea piloto.

Fue una Navidad Mágica dijo papá entre suspiros y continuó con el relato.

Años después nos encontramos en el Colegio Militar de Aviación, el niño, ahora era mi Brigadier Mayor, el pequeño avión nos había llevado al mismo destino, pero pese a la marcialidad y rigidez que exige la vida militar, siempre sentí su protección y compañía. Hasta que me fui becado a Brasil… Pero ese tema queda para otra historia bajo el árbol.

No hubo más comentarios sobre el adorno colocado de manera clandestina en el árbol de adornos nuevos y se quedó ahí colgado con todo el amor y fantasía con el que había sido elaborado y custodiado.

Desde entonces, el avión es el favorito de cada diciembre, mis hijos encienden el motor y le dan un paseo que, aunque es breve, estoy segura de que llega al cielo. Luego se encargan de hacer que ocupe su lugar en la rama principal, completando el árbol y llenando de alguna manera el espacio vacío que dejó en nuestro corazón su partida. 


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