¿Qué significa amar con juicio en tiempos donde se nos exige rapidez, certeza y entrega total? En este ensayo escrito durante nuestro taller conmemorativo por los 250 años de Jane Austen, Andrea Sandoval reflexiona sobre el amor, el pensamiento y el deseo a partir de Orgullo y prejuicio. Su texto, en forma de carta no enviada, nos invita...
"Carta no enviada a Jane Austen" Una reflexión de Andrea Sandoval
¿Qué significa amar con juicio en tiempos donde se nos exige rapidez, certeza y entrega total? En este ensayo escrito durante nuestro taller conmemorativo por los 250 años de Jane Austen, Andrea Sandoval reflexiona sobre el amor, el pensamiento y el deseo a partir de Orgullo y prejuicio. Su texto, en forma de carta no enviada, nos invita a leer a Austen no como mito distante, sino como una mujer que aún hoy nos ayuda a pensar el amor sin renunciar a nosotras mismas. Un homenaje íntimo y lúcido a una autora que escribió con los pies en la tierra… y con la mirada siempre despierta.

Carta no enviada a Jane Austen
Andrea Sandoval Tarifa
A menudo se dice que el amor perfecto es aquel que nos completa, un amor donde las diferencias se disipan en una íntima armonía. El ideal de amor que nos persigue tanto en la literatura como en las redes sociales contemporáneas, en las canciones de Rosalía y en las películas de Hollywood. En Orgullo y prejuicio, ese ideal nunca se cumple de manera absoluta, y quizás nunca debiera. En la novela, Elizabeth Bennet dice que no se casará sin amor. Es una frase breve, casi inocente. Pero la dice sabiendo que, si no se casa, su futuro será inseguro, solitario, tal vez hasta humillante. Aun así, lo hace. Y lo sostiene. En cambio, muchas de nosotras –y digo "nosotras" porque me gustaría sentirme acompañada en esto– aceptamos el amor desde la falta. Desde el miedo. Desde el agotamiento. Como si tener pareja fuera más importante que tener claridad.
En la superficie, Orgullo y prejuicio parece pertenecer a ese género que la crítica y la cultura popular asocian con la fantasía del amor romántico: bailes, cartas, desencuentros, confesiones inesperadas. Pero debajo de ese decorado, Jane Austen escribe una novela que resiste toda forma de idealización apresurada, incluso cuando parece celebrarla. No es una historia donde se ama sin pensar, ni donde el amor justifica cualquier renuncia. Al contrario: se piensa para amar mejor. Y se ama cuando, incluso deseando, no se traiciona el juicio propio.
Hay una forma en que lo racional y lo emocional conviven en los libros de Jane Austen que no responde del todo a nuestras categorías actuales. Es una forma de ser en el mundo. En sus protagonistas, pensar y sentir no se excluyen; se enredan, se acompañan, se vigilan. Quizá por eso, a veces, se nos olvida que no estamos leyendo a "heroínas", sino personas. Mujeres que dudan, que piensan demasiado, que se equivocan y a la vez se dejan arrastrar. Que desean, aunque no siempre lo digan. Mujeres que nos recuerdan —cuando las leemos sin los lentes del deber o del romance— que el deseo no siempre se grita.
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Austen escribió en otro siglo, sí, pero tal vez por
eso nos permite ver con más claridad que el mundo todavía no ha aprendido a
oír, y me doy cuenta de que hay algo profundamente triste en eso. No por el
deseo de compartir la vida —eso me
parece hermoso—, sino
por lo poco que nos damos tiempo para saber si esa relación que iniciamos en
medio de la presión vale el silencio, la ternura, la conversación lenta de los
años. Una mujer que ama con juicio no ama menos, sino mejor. Que el pensamiento
no le quita fuego al deseo, sino que lo vuelve más digno. Y que no hay
contradicción entre amar intensamente y pensar con claridad, es más, ese es el
amor que permanece.
Si pienso en la escritura de Austen en comparación a otras autoras, de otros
tiempos, otras intensidades, quizá puedo afirmar que Jane Austen escribió con
los pies en la tierra, con resistencia en sus novelas al delirio, como si el
amor solo mereciera vivirse si no nos arranca de nosotras mismas. Doy muchas
vueltas en torno al juicio propio. Y, sin embargo, ¿acaso no hay algo
profundamente contradictorio en eso? Porque ¿qué es el amor, si no una forma de
perderse un poco, de rendirse?
Hay algo que me perturba mientras escribo este ensayo. Mientras elogio —casi con fervor— la claridad con la que Jane Austen entiende el amor. Ese amor que no se precipita. Un amor que elige. Pero mientras la leo, mientras la escribo, no puedo evitar sentir que algo en mí se resiste. Porque yo también he amado sin pensar. He amado como un río crecido, sin diques. He amado con el cuerpo primero, con la palabra después —si acaso—. He amado incluso sabiendo que no debía. ¿Y qué hago con eso? ¿Dónde pongo ese amor que no se controla? Austen me enseña que el amor no debe hacernos perder el juicio. Y, sin embargo, hay momentos en que perderlo es la única forma de sentir que estoy viva. ¿Es eso inmadurez, insensatez, romanticismo tardío? ¿O es simplemente otra forma legítima de amar? Me pregunto si no hay en cada una de nosotras una tensión constante entre esos dos polos: la que quiere pensar el amor, y la que quiere quemarse en él.
"No quiero que la gente sea muy agradable, pues eso ahorra tanto trabajo al enamorarse." –Jane Austen
Y pienso en ti, Jane Austen, no como mito ni como autora lejana, sino como una mujer que pensó el amor antes de que nos enseñaran a idealizarlo o a temerlo. Tus libros no fueron un refugio del mundo, sino una forma de enfrentarlo con inteligencia, con ironía, con ternura. En ellos, el juicio no es el contrario del sentimiento, sino su medida. Un modo de no entregarse del todo a la ceguera, ni renunciar del todo al temblor.
Y cuánto resuena eso todavía. En este siglo que nos empuja a definirnos rápido, a enamorarnos rápido, a salir ilesas como si no hubiéramos sentido nada. En este tiempo que premia la inmediatez, la certeza, la posesión. Frente a eso, tú sigues diciendo —sin levantar la voz— que hay otra forma de amar: una que no traiciona la conciencia, una que duda y elige, una que no se rinde ni se impone.
Tus personajes no aman para salvarse, aman para sostenerse. Y eso, pienso, sigue siendo revolucionario. Hay una resistencia a la fantasía que no se desperdicia, no se celebra la entrega ciega pero tampoco la niegan del todo. Quizá amar bien no sea nunca del todo posible, sino solo deseable. Un movimiento constante entre claridad y abandono. Amar con juicio no excluye haberse perdido antes, y el deseo que arde sin razón también queda como lección de vida, si no lo usamos para volvernos contra nosotras mismas. Queda seguir escribiendo para sostener la contradicción. Para quedarme ahí, en ese lugar donde el pensamiento y el deseo no se resuelven, pero se escuchan.
Y volver a ti. Porque en un mundo que nos empuja a
elegir entre arder o pensar, tú nos mostraste que era posible arder pensando.
Que el amor, para ser digno, no necesita completarnos: basta con que no nos
quite.
Y en esa lección silenciosa, antigua y viva, nos das permiso —a mí, a tantas—
de escribir, de dudar, de elegir, de amar… descalza por el borde entre la
tierra firme y el agua.
Me llamo Andrea Milenka Sandoval Tarifa y nací el 7 de febrero de 1994 en la ciudad de La Paz. Estudié Ingeniería Ambiental y Comunicación Social, y desde hace seis años tomo clases de filosofía con el profesor Roberto Prada. Soy bombera forestal, me gusta leer y escribir. Tengo varios textos escritos, pero aún no los he publicado. Es algo que deseo hacer, aunque todavía estoy en el proceso de encontrar la seguridad para compartir lo que escribo. Para mí, la escritura es una forma de pensar el mundo, una necesidad íntima que poco a poco va buscando su voz pública.
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