Austen escribió en otro siglo, sí, pero tal vez por
eso nos permite ver con más claridad que el mundo todavía no ha aprendido a
oír, y me doy cuenta de que hay algo profundamente triste en eso. No por el
deseo de compartir la vida —eso me
parece hermoso—, sino
por lo poco que nos damos tiempo para saber si esa relación que iniciamos en
medio de la presión vale el silencio, la ternura, la conversación lenta de los
años. Una mujer que ama con juicio no ama menos, sino mejor. Que el pensamiento
no le quita fuego al deseo, sino que lo vuelve más digno. Y que no hay
contradicción entre amar intensamente y pensar con claridad, es más, ese es el
amor que permanece.
Si pienso en la escritura de Austen en comparación a otras autoras, de otros
tiempos, otras intensidades, quizá puedo afirmar que Jane Austen escribió con
los pies en la tierra, con resistencia en sus novelas al delirio, como si el
amor solo mereciera vivirse si no nos arranca de nosotras mismas. Doy muchas
vueltas en torno al juicio propio. Y, sin embargo, ¿acaso no hay algo
profundamente contradictorio en eso? Porque ¿qué es el amor, si no una forma de
perderse un poco, de rendirse?
Hay algo que me perturba mientras escribo este
ensayo. Mientras elogio —casi con
fervor— la
claridad con la que Jane Austen entiende el amor. Ese amor que no se precipita.
Un amor que elige. Pero mientras la leo, mientras la escribo, no puedo evitar
sentir que algo en mí se resiste. Porque yo también he amado sin pensar. He
amado como un río crecido, sin diques. He amado con el cuerpo primero, con la
palabra después —si acaso—. He amado incluso sabiendo que no debía. ¿Y qué
hago con eso? ¿Dónde pongo ese amor que no se controla? Austen me enseña que el
amor no debe hacernos perder el juicio. Y, sin embargo, hay momentos en que
perderlo es la única forma de sentir que estoy viva. ¿Es eso inmadurez,
insensatez, romanticismo tardío? ¿O es simplemente otra forma legítima de amar?
Me pregunto si no hay en cada una de nosotras una tensión constante entre esos
dos polos: la que quiere pensar el amor, y la que quiere quemarse en él.
"No quiero que la gente sea muy agradable, pues eso
ahorra tanto trabajo al enamorarse." –Jane Austen
Y pienso en ti, Jane Austen, no como mito ni como
autora lejana, sino como una mujer que pensó el amor antes de que nos enseñaran
a idealizarlo o a temerlo. Tus libros no fueron un refugio del mundo, sino una
forma de enfrentarlo con inteligencia, con ironía, con ternura. En ellos, el
juicio no es el contrario del sentimiento, sino su medida. Un modo de no
entregarse del todo a la ceguera, ni renunciar del todo al temblor.
Y cuánto resuena eso todavía. En este siglo que nos
empuja a definirnos rápido, a enamorarnos rápido, a salir ilesas como si no
hubiéramos sentido nada. En este tiempo que premia la inmediatez, la certeza,
la posesión. Frente a eso, tú sigues diciendo —sin levantar la voz— que hay otra forma de amar:
una que no traiciona la conciencia, una que duda y elige, una que no se rinde
ni se impone.
Tus personajes no aman para salvarse, aman para
sostenerse. Y eso, pienso, sigue siendo revolucionario. Hay una resistencia a
la fantasía que no se desperdicia, no se celebra la entrega ciega pero tampoco
la niegan del todo. Quizá amar bien no sea nunca del todo posible, sino solo
deseable. Un movimiento constante entre claridad y abandono. Amar con juicio no
excluye haberse perdido antes, y el deseo que arde sin razón también queda como
lección de vida, si no lo usamos para volvernos contra nosotras mismas. Queda
seguir escribiendo para sostener la contradicción. Para quedarme ahí, en ese
lugar donde el pensamiento y el deseo no se resuelven, pero se escuchan.
Y volver a ti. Porque en un mundo que nos empuja a
elegir entre arder o pensar, tú nos mostraste que era posible arder pensando.
Que el amor, para ser digno, no necesita completarnos: basta con que no nos
quite.
Y en esa lección silenciosa, antigua y viva, nos das permiso —a mí, a tantas—
de escribir, de dudar, de elegir, de amar… descalza por el borde entre la
tierra firme y el agua.
Me llamo Andrea Milenka Sandoval Tarifa y nací el 7
de febrero de 1994 en la ciudad de La Paz. Estudié Ingeniería Ambiental y
Comunicación Social, y desde hace seis años tomo clases de filosofía con el
profesor Roberto Prada. Soy bombera forestal, me gusta leer y escribir. Tengo
varios textos escritos, pero aún no los he publicado. Es algo que deseo hacer,
aunque todavía estoy en el proceso de encontrar la seguridad para compartir lo
que escribo. Para mí, la escritura es una forma de pensar el mundo, una
necesidad íntima que poco a poco va buscando su voz pública.