Don José no se extrañó
cuando la niña comenzó a hablarle. Es normal en una niña de su edad, pensó.
Cada uno tenía su forma de sobrellevar el encierro y los apagones. Se había
restituido una vieja costumbre en la ciudad. A falta de electricidad, los más
mayores de los distintos hogares reunían a toda la familia alrededor de una
mesa, prendían velas y contaban historias. Sobre las montañas y el viento.
Sobre las guerras y las anteriores cuarentenas a las que habían sobrevivido.
Sobre el principio y el fin del mundo. En la familia de Génesis esto no
sucedió. Don José era un pésimo narrador. No había heredado las dotes de su
padre, quien podía convertir un simple día lluvioso, en un cuento fantástico
sobre un gran diluvio que limpiaría el mundo.
La lectura era otro
pasatiempo ante los apagones. Pero Génesis nunca había aprendido a leer. Su
única distracción cuando la ciudad se sumía en la oscuridad casi absoluta, era
el letrero de Ciruela Red, que alguna de esas noches comenzó a hablarle sin
palabras. Y como la niña era muy educada, respondió.
Le hablaba el logo
de su origen, de donde venía, y de todos los viajes que había realizado para
llegar hasta ahí, a ese lugar y a ese tiempo. Le preguntaba a la niña si
conocía el mundo más allá de la Calle de los Inmigrantes. Le preguntaba si era
feliz. Cuando la respuesta era no, le preguntaba el porqué de sus tristezas.
‒Quisiera aprender
a leer ‒decía la niña‒ Quisiera ir más allá de esta calle. Quisiera conocerte.
Y la luz verduzca
sonreía sin mostrar sus dientes, sin abrir su boca, porque nada de esto tenía.
Pero Génesis sentía aquella energía de una sonrisa emanar de su verdor. La
abrazaba. Aquel ojo ya no la vigilaba. La cuidaba. ¿De qué? De la oscuridad,
tal vez.
La
noche que Génesis desapareció, don José escuchaba la vieja radio a pilas de su
padre.
‒...yo creo, Johnny,
y perdón que te contradiga, que si existiesen estos seres, no seríamos
relevantes para ellos. ¿Por qué se comunicarían con nosotros? ¿Por qué nos
visitarían? Solo nos observarían, nos estudiarían, desde lejos, sin intervenir.
Como nosotros estudiamos el comportamiento de las hormigas, o de las ratas...
No escuchó más. Su
mirada quedó perdida en el balcón. Vacío, oscuro.
Antes de su hija
desaparecida, su pensamiento aterrizó en el logo de Ciruela Red. Se había
apagado.