Ascensión
vertical
De Juan
P. Vargas
Tal vez si decida ungirme la frente
con el hollín de la caverna de los siglos
deje para siempre la biblia en mano
y esta labor de Pizarro infame que me consume.
En famélico holocausto
he coronado derrumbes infernales:
las letras apagan voces,
los escombros apagan luces
y sus gritos se pierden entre la bruma de los tiempos.
No hay hoy ni habrá mañana
Verónica alguna que ponga mi rostro
sobre su devoto corazón como sello eterno,
ni Magdalena fiel que entre mis puños
arrastre sus lágrimas de perfume amante,
ni María virgen que de su propio vientre
decida no arrancar los besos de mi puñal.
Sé que en la contemplación me pregunto
cómo he podido cerrar en tan solo una hebilla
tantos cuerpos y tantas letras
arrancados por un tajo de cuchillo
de la piel morena de mi madre.
Miro ansioso a los nevados
para descubrir exhaustos a los dioses,
bebo del fruto acuoso de la dulce vid,
exhalo suspiros anhelantes por nuevos cuerpos.
A la oscura aurora de entre los senos,
veo escapar a Illapa en potente rugido,
desciende con la frente iluminada,
partida en gala por el viento ruin.
Ante los dioses, inánime existo
en una permanente fluctuación
entre estados y elementos:
hoy me siento de arterias metálicas,
abrasadas sin piedad en el calor de la fragua;
mañana devengo montaña de roca impávida,
firme en porte militar ante océanos y vientos;
pasado seré huracán errante que destruye
y habita sin definición de línea entre las formas.
Doy cada día un salto eterno
hacia el mundo de las ideas sin sombra
sin hombres encadenados que las comprendan.
Busco leer(me), ensayar(me), trazar(me),
formar(me) en fin,
habitar el cosmos con paso de verso firme,
y atravesar los días a vuelo lento de tinta pluma.
Si entre la rosa y el lirio he de pintar mi rostro,
de hielo y carmín edificaré mi cuerpo,
a ritmo de brindis con cáliz de sangre y leche,
exhalaré el humor santo en la comunión de mi alma.
De entretejerse rectangular al horizonte
la gelidez del color deviene páramo infinito
por diestra, flora perpetua de montaña
en suave ovillo de fina alpaca se transmuta;
por siniestra, duros rostros de fauna invernal
se convencen devenir largos hilos de llama blanca;
al centro, la montaña de enagua cristalina
en actitud de Diosa extiende sus palillos,
teje las horas en los campos y las lluvias en los cielos
envuelve derredores, cruza dedos, repite siempre su labor,
solidarias las manos entretejen caro mi existir
y entiendo, al fin,
aquella eterna luminosidad divina
que escribe graciosa en la gelidez de la montaña.
Autor:
Juan P. Vargas es literato investigador en letras del periodo colonial y profesor de lengua y literatura en el colegio Saint Andrew´s. Pertenece al grupo de investigación "La crítica y el poeta" y a la Sociedad Boliviana de Estudios Clásicos. Conduce el podcast sobre literatura boliviana "Qantatai" y escribe poesía además de artículos sobre la literatura y la cultura en Bolivia.