Pues bien. Para empezar, Roberto Bolaño
no es mexicano, ni es, aunque a veces él se considerase uno, un comediante. Es
chileno, escritor, nacido en 1953, como Enrique Vila-Matas, a quién, oh
casualidad, conocería en Barcelona. Dije que no era comediante, pero su vida,
en cierta forma, aparentaba ser una comedia. Nació en 1953, ya les dije, pero
no mencioné que en Santiago de Chile, y que a los 15 pasa a residir en México,
donde empieza a dar sus primeros pasos en dirección hacia su peculiar
percepción de la literatura, empezando (no podía ser de otra manera) por dejar
la escuela. En 1973 le llegan las primeras noticias de Allende y de la Unidad
Popular, y considera necesario ser parte de dicho movimiento. Después de
atravesar un par de países en formas por demás improvisadas, llega a Chile,
pocos días antes del golpe del 11 de septiembre. Encima es detenido, y
depositado en un campo de prisioneros hasta que con la ayuda de un antiguo
compañero de liceo (que para entonces era ya policía) es liberado, y herido en lo
más profundo de su alma, vuelve a México en 1974. En 1975 conoce al poeta Mario
Santiago Papasquiaro, tan loco como él, y juntos fundan el movimiento
infrarrealista, es decir, un par de jóvenes que no tenían ni idea de que
formaban parte de un movimiento hasta que formar parte de un movimiento
significaba fumar marihuana, leer a Burroughs, oír a Pink Floyd, y tener sexo
como tantos otros jóvenes mexicanos. Desembarca en España en 1977, y a
diferencia de muchos otros escritores latinoamericanos, llega a trabajar, a
trabajar como latinoamericano promedio, es decir, lava platos, hace de botones,
de camarero, de hombre de la basura, descargador de barcos, vendimiador. Pero
nunca deja de escribir. Pasa a Gerona, donde encuentra el amor, también
encuentra a Enrique Lihn, a Antonio di Benedetto. Para 1980, tiene ya un
borrador de Amberes, su novela más
ambiciosa e ininteligible, escrita entre la febrilidad y el hambre y las ganas
de morir. En 1984 publica su primera Novela Consejos
de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, que es eclipsada por
estar escrita a dúo con su amigo A.G. Porta, no porque éste sea malo, sino
porque no es una novela enteramente bolañesca. El mismo año se edita La senda de los elefantes, que después
sería recordada como Monsieur Pain. Y que tampoco es bolañesca total, sino más
bien old school, es decir, un poco de prosa bien trabajada y pulida, rechinante
de limpia, un par de historias surrealistas, al buen estilo del boom (se habla,
por ejemplo, de Cesar Vallejo, y de su muerte en París, y algo sobre hipo),
salvo, claro está, un par de episodios que Bolaño no puede evitar condimentar
aunque de manera escasa, pero no es su culpa, esa clase de literatura es la que
vende y alguien tiene que llevar el pan a casa. En 1985 se traslada a Blanes,
sitio que evoca de la lectura de Marsé y Últimas
tardes con Teresa, y que definiría su amor por la costa brava. En 1990
llega el primogénito, que como buen chileno bautiza como Lautaro, y decide
volcarse por entero a la prosa (sí, olvidé mencionar que Bolaño siempre se
consideró poeta antes que prosista, pero vaya que la prosa es más rentable).
1992 es el año en que descubre que toda esa precaria construcción que llama
vida, se le va cayendo a pedazos, está viviendo tiempo prestado. En 1993 llega La pista de Hielo, una pequeña novela
policial que por fin muestra a un Bolaño primitivo, pero Bolaño al fin.
Encontramos la polifonía, el juego detectivesco y el absurdo que colmarán en
años posteriores el imaginario de Bolaño. También sale a la luz Los Perros Románticos, homenaje a sus
años de juventud, a los amores perdidos y a la vida que se le va escapando de a
poco. Mientras tanto las cartas de rechazo por parte de las editoriales se van
apilando una sobre la otra hasta que una mañana revisa la correspondencia y
encuentra una carta de Seix Barral, y así ve la luz La literatura nazi en América, novela que valiéndose de diferentes
autores ficticios intenta demostrar las miserias de la profesión del escritor,
y el horror omnipresente en un mundo roto. También ese año publica Estrella Distante, quizá el mejor de sus
libros, en el que amplía el último capítulo de La literatura nazi en América que narra las aventuras del poeta
vanguardista y piloto de la FACH, Carlos Wieder, y que es quizá una de las
pocas novelas capaz de narrar el horror de las dictaduras latinoamericanas y su
complicidad con el arte, además de una metáfora y casi pregunta sobre los
límites de lo artístico ante el horror. Al año siguiente aparece Llamadas Telefónicas, su primer libro de
cuentos y consolidación de su escritura, que contiene fragmentos y guiños a la
obra anterior de Bolaño, y también al proyecto que verá la luz en 1998, año de
publicación de Los Detectives Salvajes,
quizá su novela más conocida y que al obtener el premio Herralde y el Rómulo
Gallegos, consolidan al autor y lo sacan, definitivamente, de los aprietos
económicos. En la novela presenciamos las andanzas de Arturo Belano, Ulises
Lima, y Juan García Madero, poetas del movimiento realvisceralista y que salen
en busca de la poetisa Cesárea Tinajero, en una búsqueda que los verá en
distintos países y continentes.
Ya en 1999 y previo al nuevo milenio,
presenta al mundo Amuleto, una novela
que, repitiendo ya una vieja idea, recicla desde un capítulo de los Detectives Salvajes, que habla de la poeta uruguaya: Auxilio Lacouture, atrapada
en uno de los baños de la ciudad universitaria de la UNAM durante la matanza de
1968.
En el 2000, y después de una áspera
visita a su tierra natal, publica Nocturno
de Chile, otra obra magistral que es la perfecta metáfora de un país
podrido pero cubierto de una cáscara impecable. Ahonda en las principales
fallas estructurales de su país valiéndose de un cura católico, Ibacache, como
principal protagonista, quien narra en su lecho de muerte la historia de su vida
en la que por si fuera poco, se cruzan la Literatura, la Iglesia, y la
Dictadura.
En 2001 publica Putas Asesinas, segunda recopilación de cuentos y primera
introducción a un tipo de literatura mixta, en la que cabían cuento, relato y
ensayo, sutilmente disfrazado este último.
2003 es el año que Bolaño nos abandona.
Una insuficiencia hepática mientras esperaba un transplante de hígado. Pero en
manos de su editor está ya el manuscrito de El Gaucho Insufrible, último
libro de cuentos, y junto con el su novela más titánica e incompleta: 2666. Más
de mil páginas en las que un grupo de críticos intentará hallar al escritor
Benno Von Archimboldi en una cruzada que los llevará a Santa Teresa, un pueblo
de la frontera mexicana y en la que sus vidas se enlazarán con las de un
profesor chileno y su hija, un periodista norteamericano, y una serie de
inexplicables asesinatos de mujeres y que se suceden en un mundo oscuro.
Después salen a la luz más manuscritos,
inacabados, archivados, pero, ya no tiene sentido hablar de ellos.
Entonces, tras una breve exposición de
la vida de Bolaño, es hora ya de entrar en materia.
Para mi generación hablar de Bolaño es
todavía adentrarse en un campo minado -ya menos cada vez, es cierto, pero
falta-. Un campo de minas de proporciones borgeanas en el que yacen un par de
cadáveres de críticos y de autores, desafortunados seres que intentaron cruzar
hacia esa otra orilla invisible, cubierta por la bruma, y que en el camino se
toparon con un artefacto que los lanzó por el aire, en pedacitos irreconocibles
y que confiaron en que el ligero peso de sus cuerpos los salvaría de una
ulterior explosión.
Algunos pisaron la mina de la
contemporaneidad, imposibilitados de ver el real desplazamiento de Bolaño a
causa de la velocidad que ellos mismos llevaban. Otros pisaron (como en mi
humilde caso) la mina del anacronismo; la desgracia de haber encontrado la luz
cuando la bombilla estaba ya apagada y no aceptaba pregunta alguna. Y desde
luego aquellos que se adentraron en el campo minado pensando que se trataba de
un simple paisaje agreste, sin peligro, sin dificultad alguna.
Para entender a Bolaño hay que tener
sentido común. Hay que admitir que se está ante la presencia de algo mucho más
grande de lo que su obra podría abarcar, pero eso no debería intimidarnos, no.
Al contrario, debería llenarnos de ímpetu e intentar con o sin éxito -la verdad
es que no me corresponde a mí decirlo- construir una imagen lo suficientemente
nítida de Bolaño.
Y ya en materia. A Bolaño no se va con
rodeos. Hay que asignar en principio a Bolaño en un pedestal muy alto, sin que
nos aterre el vértigo. Bolaño es un escritor meditabundo y moribundo, pero no
retórico. Relacionado con México y con el Chile de Pinochet que parece detenido
en el tiempo.
Lo de Bolaño es un proyecto a posteriori. No escribe como Kafka o De
Nerval, con la esperanza de ser leído (aquí sueno un poquito pedante) o
reconocido en algún otro tiempo mal llamado mejor. No. Bolaño es ambiguo,
puesto que sabe que su obra no sobrevivirá a un par de generaciones, pero al
mismo tiempo escribe codificando un mensaje -y aquí uno debe detenerse a
preguntarse: ¿grandeza?, ¿pragmatismo?, ¿vanidad?- que sabe que tiene por
destino a un lector, un lector total, un lector capaz de obviar el espejismo de
simpleza que aparece en la obra de Bolaño, un lector que comprenda que está
ante algo más, cosa que conlleva la espeluznante pregunta sobre qué es ese más.
Ahora, con Bolaño, ya lo dije, hay que
tener cuidado. Bolaño es tal vez el Everest, pero sin duda que no es el Himalaya.
Su obra quizá siga pesando en demasía para quienes venimos detrás de él, pero
no es la totalidad. No es, como pensaría Hegel, el final de la historia; de la
literatura tomando conciencia de sí misma.
Bolaño es parricida, pero no
delincuente. Bolaño asesina a sus padres, asesina al Boom con la esperanza de
guardar sus retratos y nutrirse de sus cadáveres y resurgir como un camino
independiente en la ladera o la cordillera de los grandes nombres que lo rodean
y con los que ha crecido. Pero, y a diferencia de los demás autores de su
generación (salvo contados casos, como Marías, o Vila-Matas, y también salvando
distancias) construye su iglú de ametralladoras desde donde dispara como si
estuviese cazando ratas en contra de todo lo que ÉL considera que no es
literatura. Aprovecha el puesto vacante y hace de Sheriff en el pueblo sodómico
plagado de cenáculos literarios.
Tercer y último aviso. Con Bolaño hay
que tener cuidado. Lo suyo, no es simple autobiografía, aunque en una primera
lectura pueda parecer así. Es un desdoblamiento. Es el uso de la vida, la
experiencia en beneficio de la metáfora de la escritura. No es pues casual el
cambio casi imperceptible que realiza Bolaño en eventos específicos de su vida,
cosa que a un no iniciado le parecería únicamente el esfuerzo por parte del
autor para construir un hilo narrativo decente, pero que en Bolaño es el
pequeño ajuste de tuercas para construir algo mucho más grande que un simple
proyecto narrativo sin recurrir a la complejidad academicista.
Asímismo no está demás reflexionar sobre Bolaño y Kerouack. Mucha
gente los ve como símiles, cuando en realidad son casi antagónicos. Bolaño
detesta a Kerouack, porque en algún momento quiso ser como él, porque en algún
momento fue su horizonte, fue su juventud, juventud que más tarde Bolaño daría
en cierta forma como perdida, desperdiciada como militante de una idea, que
como tantas otras, no era ni mucho menos una verdad; una experiencia que sólo
podía funcionar para con Kerouack y nadie más.
Finalmente, hay que jugar a develar o
revelar la identidad del Bolaño detrás de la máscara, el escritor que parece
jugar a traspasar las barreras de lo que significa ser escritor, o peor, que lo
hace sin notarlo, y la pregunta que ilumina el cuadro parece ser: ¿hay algo más
allá? ¿Ese algo es el horizonte de la narrativa latinoamericana? ¿Es latinoamérica
aglomerada y descrita en el alcance de una obra? ¿Es el intento de demostrar la
inexistencia de latinoamérica en base a la porosidad de sus límites?
Ahora tenemos que ponernos más osados.
No basta con escarbar el horror, la violencia, el Chile oscuro que consume a
los 3 libros que se unen en primera instancia como parte de un pseudo proyecto
chileno. La literatura nazi en América, Estrella distante y Nocturno de
Chile. Hace falta entenderlos como un esfuerzo en el que un discurso
político implícito en el entendimiento de la violencia y el arte como unión, quedan
atrapados dentro de la misma profesión, como en la Literatura Nazi, en la misma
habitación, en el caso de Estrella Distante, y en la misma casa, en el caso de
Nocturno de Chile.
Después están Bolaño y México, que para
el escritor chileno no es sino el contrapeso a lo que significó Chile, que si
bien alejado del romanticismo clásico mexicano, es ciertamente, un lugar donde
la juventud y la poesía pueden convivir; aunque no me atrevo a decir que en
paz.
Todo comienza con la juventud. Y
juventud es una palabra codificada en otra trilogía. Se trata de Los
detectives Salvajes, Amuleto y 2666. Búsqueda también es otra palabra
omnipresente en los tres libros. La búsqueda que emprenden Belano y Lima en Los
Detectives detrás de Cesárea Tinajero, o la búsqueda de Archimboldi en 2666, o
la búsqueda, más introspectiva, de Lacouture en Amuleto, que al final no
conducen a nada, o que conducen a un significado ambiguo o que cuesta inferir,
incluso inferior al que se tenía por principio; ¿quizá la muerte? ¿La
violencia? ¿La vida entendida como poesía?
Finalmente, la despedida. Es hora de
llegar a algún sitio, el periscopio está instalado y se registran los bocetos,
se empieza la dura tarea de cartografiar lo observado.
Bolaño escribe sin saber que se escribe
a sí mismo y que cuanto escribe es un discurso en honor a su generación, el
pasado, una cápsula de tiempo que con algo de suerte llegará al futuro. Bolaño
y sus argumentos, Bolaño y sus personajes como el río alegórico y subterráneo
entre su muerte prefigurada y su ideario maduro; la juventud marchita y
homenajeada en el pasado, en la búsqueda del sentido a través de la poesía.
Bolaño y su entendimiento de la realidad, una realidad desfigurada por el
pasado perdido en la búsqueda, en la ignorancia, en la aceptación del horror
como simple burocracia previa a la muerte. El viaje, el horror, la violencia,
la política, la protesta, todo, como diría Baudelaire, y tanto enarbolaba
Bolaño: "Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento".
Canon: Debemos leer a Bolaño.
Autor del post: Andrés Vera Brathwaite (1998),
Es escritor, autor del cuento El Cóndor, ganador del Concurso Historias de Nuestra Tierra, Chile. También es autor del relato Sobre amigos y sexo, ganador del concurso Ayesha Sexteen, Argentina. También formó parte de la antología Colombo Boliviana Zona Tórrida, de Fallidos Editores. El Enigma de 1, es su primera novela y fue lanzada el año pasado."