De noche mi aliento danza
espectral y se pierde antes de llegar al tumbado. Hay madrugadas que camino por
los pasillos hasta que los pies se me amoraten. Hay mañanas que gritó irritada,
ante un peinador sin espejos, en una casa sin ellos. Mi madre los ha quitado, teme
por Ana. La ciudad la hubiera devorado, ahora sé porque estuvimos separadas, la
sombra no habita en la luz. Trato de vestirme igual que siempre, con colores
vivos que contrastan con éste panorama estéril. Ana está en su mundo, pero
emerge para oírme, el brillo suspicaz en sus miradas me dice más que un
discurso de horas.
Sé que me dará pena dejarla, pero
no existe otro sitio para ella que aquí. He llegado a este pueblo con la idea
de recuperar al hombre que amé y largarme de aquí con él. No puedo entender dónde
nos desconectamos. ¿Será porque me negué a pasar la noche con él? Tal vez. Ha
pasado un tiempo de ese episodio y no ha notado que dejé de ser aquella niña, soy
una mujer, la que evoca el deseo con cada mirada.
Escribo cartas a Sam, una por
semana, no ha respondido. No pierdo las esperanzas, insisto:
¡Sam!
Samy, por favor respóndeme, necesito de tus locos consejos. Necesito saber que
al volver estarás ahí apoyándome. Voy a lograr mi cometido, no lo dudes. Pero
temó a mi padre, aborrecerá la idea de verme con el hombre que le quitó a su
esposa. No, no me perdonará. Solo te tengo a ti.
Escríbeme.
Dime si has visto a mi padre. Si sigue atendiendo su consultorio, si ha
continuado con su vida, espero que sí. Lo extraño. Aquí mi madre me repite que
debo decirle papá a mi novio, está loca. Es una puta sinvergüenza. No es mi
madre, no, una madre no le hace estas cosas a su familia.
Espero
que me puedas contestar pronto. Aquí no tengo señal de nada. He vuelto a la
prehistoria.
Dana.
III
Mi madre salió temprano a
supervisar a los trabajadores en las plantaciones, no volvería hasta la noche. Él
estaba solo en el salón. Pensé que era el momento indicado. Probar que no me ha
desterrado de sus pensamientos. Me bañé. Con el cabello mojado salí envuelta en
una toalla, como en una tonta película americana. Me le presenté. Su mirada
cambio, sabía que en el fondo me deseaba. Se acercó, cerró los ojos y solo
acarició mi cabeza de manera paternal. Dio la vuelta y se dispuso a salir. Corrí,
me aferré a su brazo con mis manos húmedas. La toalla se deslizó al suelo.
Estaba desnuda y el pudor inundó mis mejillas. Pero recordé, no debía
retroceder. Lo besé en los labios y solo sentí tensión en los suyos. Se libró
de mi cuerpo, recogió la toalla, cubrió mi desnudez y rompió mis esperanzas.
-Vístete. Es hora de almorzar. Te
espero en el comedor -me dijo. Me quedé temblando, no de frío, mientras se
perdía por el pasillo.
Regresé a mi habitación. Confundida.
Encontré a Ana sentada en mi cama, como siempre silenciosa, casi fantasmal. Su
mirada nada bonita me irritaba, era como verme horrible, era el espejo que no
había en casa. Uno que deformaba todo. A veces ronda por mi cabeza esa idea ¿Si
estuviera muerta? Sería libre, no estaría prisionera en este triste lugar.
Incluso si aceptará el fracaso y desistiera de mis planes, volvería a la ciudad
sin remordimientos. Luego pensaba era la única que aún en sus silencios, ni con
miradas, ni actitudes, me reprochaba cosa alguna.
La monotonía me enferma, estoy
acostumbrada al intempestivo ritmo citadino. Apenas hay electricidad, no se ven
antenas ni cables, estoy sobre la nada. La casa me sofoca. A veces hago
cálculos y planeo mi fuga. Luego pienso en él, la última vez antes de la bruma
y la perdida. Aquella noche estábamos solos. Temblaba sabiendo que la niña
debía morir. El me besó, cerré los ojos y sentí su mano descendiendo por mi
vientre, los botones del pantalón abrirse y ceder. El corazón me dolía por la
violencia con que latía, mientras sentía una húmeda complacencia brotarme por
la entrepierna. Sentí el peso de su cuerpo, abrí los ojos. No reconocía su
mirada, me asusté. El trato de seguir y yo solo lloré. El teléfono sonó. Lo vi
levantarse y contestar. Yo seguía sollozando bajito, mordiéndome los labios.
-A veces olvido que eres una
niña. -Suspiró y encendió un cigarrillo, se quedó junto a la ventana; los
bocinazos silenciaron mis sollozos- Vamos a comer y te llevo a tu casa.
¿Quieres?
Volví a encontrar esa mirada complaciente,
la niña en mí sonrió y dejo a la mujer recluida, frustrada y ávida de él.
Tuve un episodio raro de pérdida
de memoria, dijeron por estrés. Mi madre dice que el aire del campo sana todo,
a mí me enferma. Paso los días esperando una carta que no llega. Ahora estoy
aquí con la sombra del hombre que amé.
Casi no salgo de la casa. Si en
la ciudad había culebras citadinas e inofensivas, aquí en el campo hay muchas
serpientes agrestes y venenosas. No me gustan ambas. Mi padre comprendía mi
amor por el bullicio de la ciudad. En cambio, mi madre y Ana parecían combinar
perfectamente con el paisaje rural, agrio y silencioso. Lo único que me une a
mi madre es Ana, luego aborrezco su sonrisa, sus palabras son como ruido en mis
oídos. Me alejó de mi padre, me quitó el hombre que amo, me retiene en un mundo
que no es el mío.
A
veces ya no sé qué día es, que hora. Hoy me tiré en el sillón con el sol en lo
alto y de pronto me desperté en la oscuridad de mi habitación. Salí descalza a
caminar por el pasillo. Al pasar por su dormitorio los oí. La puerta no encapsuló
los susurros cariñosos, los gemidos y las risas. Con el labio sangrando,
despechada, sentí que el aire me faltaba. De la penumbra salió mi reflejo, se
sentó a mi lado en mudo apoyo. Esperamos a que los gemidos cesen. Bajé a la
cocina, como siempre estaba cerrada, solo madre entraba. Subí a mi habitación
con mi sombra persiguiéndome, siempre silenciosa. Las lágrimas se agolpaban en
mis ojos. Estaba a punto de gritarle, quería estar sola. Pareció entender mi
deseo, salió. Empujé la puerta para cerrarla y una mano la detuvo. Era él. Tenía
una mezcla de furia y deseo en la mirada. Dejé que pase y mi indignación se
asfixió con un beso suyo. Esta vez mi voluntad, mis miedos se extraviaron en
sus ojos. El ligero vestido cayó al suelo. Dejé que me invada y olvidé con
alegría a mi madre.
El calor de la mañana me abrigó,
permanecí desnuda sobre la cama, exhausta. Cuando abrí mis ojos, ella estaba
ahí mirándome, con una sonrisa indefinible. Me cubrí con la sábana. Ella se
agachó y buscó debajo la cama. Sacó un fajo de hojas envueltas con un periódico
amarillento. Lo dejó a mi alcance y se sentó a mi lado.
Reconocí cada hoja, eran las
cartas a Sam.
El desgastado periódico que lo
envolvía tenía una nota de prensa subrayada con rojo:
Se
encontró el cadáver del joven empresario Alberto Toledo en el basural de la
ciudad, con el miembro cercenado. A metros de él, se encontró el cuerpo de una
adolescente aún no identificada, con múltiples laceraciones en el rostro. La
policía está en proceso de investigación y no ha emitido una declaración oficial.
¿Alberto muerto? Y ¿Quién paso la noche
conmigo? ¿Quién con mi madre?
IV
Trato de recordar y todo es tan
confuso. Una fiesta en la casa, otra fiesta en el cuarto de jardinería. ¿Dónde
estaba Sam? Yo, no era la de ahora. Busqué con mis pequeñas manos sobre el
colchón. Encontré a Sam suave e inánime, como siempre. La abracé y no me
abandonó ni cuando destrozaron mi inocencia.
Y el evento parecía circular,
solo un detalle cambió la última vez, la casa estaba en silencio, pero en el
cuarto de jardinería yo era una mezcla de químicos y alcohol que reía sin
parar, para estar con él, para romper la perpetua turbiedad en que se sumió
este cuarto. Al arrodillarme sentí el roce con algo, pensé en las asquerosas
culebras de jardín, agarré el zapapico y cercené el miembro de mi novio. Sam se
ensució, pobre Sam quedó sola sobre el colchón.
Perseguí la imagen de un hombre
que habita en mi casa. Mi madre repetía que era mi padre. Y Ana, mi opaco
reflejo, no me detuvo de cometer incesto. Y él me embistió sin rastro alguno de
amor paternal. Es que si lo pienso es probable que Ana es el reflejo de lo que
no quiero ver. Es o somos: otra víctima silenciosa, que siendo utilizadas somos
arrinconadas lejos de la vista del mundo. En este lugar no hay espejos, porque
no hay nada que reflejar. Adoré el espejismo de un hombre "perfecto" y odié la
imagen de la mujer que me dio la vida. Si estoy loca o muerta, no importa. Esto
es el limbo.
FIN
Marisol
Ticona nació en La Paz, en el seno de una familia multicultural aymara-quechua.
Estudió en un colegio de convenio boliviano-español regentado por monjas de
diversos países. En la Universidad Mayor de San Andrés tuvo la oportunidad de
aprender un poco de varios idiomas en el CETI. Además de estudiar, trabajó en
proyectos educativos con niños y mujeres en CARE Bolivia. Ha transitado por
diversos proyectos en todo tipo de campos, eso le ha ayudado a enriquecer su
visión de la vida. Gracias al Club de Lectura La Paz, ha participado en
talleres y publicado cuentos de diversos géneros.