El reto de la literatura infantil
Laurentina
Se acerca la fecha límite para la presentación de
cuentos participantes al VIII Concurso Municipal de Literatura Infantil
"Historias Chiquitas y Chuk'utas" y, junto a este concurso, existen muchos
otros más que pueden parecer menos intimidantes, como aquel concurso de
dramaturgia, o el de poesía, o el Franz Tamayo donde se presentan cuentos, de
cualquier género narrativo.
¿Por qué deberíamos animarnos a enfrentar el reto de
escribir un cuento infantil? Mejor dicho, ¿por qué deberíamos tener el valor de
impulsar la literatura infantil participando de un concurso exclusivo de este
género?
Escribir para los niños es mucho más difícil que
escribir para los adultos. Por el contrario, leer historias para niños es mucho
más ligero y simple que una gran novela filosófica acerca de la levedad del
ser, un crimen y un castigo o quizá sobre la gran historia de amor entre los
hijos de dos familias rivales, allá por el siglo XV.
Y es que, a pesar de que nuestros grandes clásicos nos
parecen muy complejos para ser considerados literatura infantil, tampoco
podemos dejar de lado que las más grandes historias para niños -aquellas que
tienen incluso adaptaciones en series y películas- se originaron en una
historia que quizá no fue pensada originalmente para niños.
Entonces, ¿por qué al momento de escribir un cuento
infantil, debemos pensar que debe seguir ciertas reglas implícitas? Hay ciertos
temas que no se pueden tocar, personajes que no deberían cometer ciertos actos,
moralejas que deberían (o no) mezclarse en la historia o cerrar la narración
con ese broche de oro, o simbolizar ese beso en la frente antes de dormir.
¿Qué hace distinto a un cuento infantil, de un cuento,
entonces?
Los niños quieren historias fantásticas que conviertan
su rutina en un camino lleno de posibilidades, mientras los adultos tratamos
desesperadamente de encontrar cotidianidad en los conflictos de todos los días.
Para poder crear un cuento infantil debemos volver a pensar como niños,
quitarnos los zapatos de adultos y volver a andar descalzos por el suelo sin
pensar en las consecuencias. Dejar volar la imaginación, las posibilidades y
dejar que la ficción sea simplemente ficción, sin que nos intente enseñar algo.