UNA DE LAS MUSAS
Por: Miguel Ángel Roca Durán
Ruta Oruro-La Paz.
Atardeciendo en la altiplanicie, nubes negras asoleadas
emulan al dorado. Hay un poco de azul en las montañas. Un morado inverosímil
brota desde abajo, cubierto con destellos naranjas que están bajando su
intensidad. Algo dicen, algo dicen, por favor.
La flota avanza, insensible. El atardecer perece.
Posterior a lo que sea que cubra el horizonte, se asoma una
nueva combinación de colores, una nueva correlación de fuerzas. Movimiento,
perspectivas, sí, lindo, sin embargo... ¿tendrá belleza lo indiferente? nunca.
Qué infame, los paisajes carecen de intención, y yo, ¿tengo que aguantarme un
capricho?...
En fin, el tiempo ya solo está dejando una nube negra
ensangrentada, que condensa todo lo florecido. En cualquier momento se esfuma,
y no quisiera presenciarlo. Yo sé, lo cierto es lo no bello. Pero deberíamos
olvidar.
II
Cierro los ojos con esfuerzos sobrehumanos de
grandilocuencia. Siento condena porque no puedo percibir así... ensoñaciones.
Abro los ojos, ahora pudorosos. Busco algo más desde la
ventana, acaso algunos trazos grises que
permitan especulación...¡¿cómo encontrar señales?!... tiene que haber algo entre
el horizonte cubierto y el nuevamente revelado. Sí, sí...además, llegando al
cerro se ven camiones y embotellamiento. Cruzo eso y prometo distinguir
intenciones. Sí, en los próximos colores.
Desde ya presto fuerte atención a mi ventana. El chofer
cambia de carril, acelera.
Luces parpadeantes indican algo. Se escucha una bocina
colectiva. Veo caer una piedra gigante...