ABRIL DE 2005
Usher II
Ray Bradbury
-«Durante todo un día
de otoño, triste, oscuro y silencioso, cuando las nubes colgaban opresivas y
bajas en los cielos, yo había estado cruzando, montado a caballo, una región
singularmente lóbrega, y de pronto, cuando ya se cerraban las sombras de la
noche, me encontré delante de la melancólica Casa Usher .. »
El señor Willíam Stendahl dejó de recitar. Allí, sobre una
colina baja y negra, estaba la Casa, y la piedra angular tenía una inscripción:
2005 A.D.
-Ya está terminada -dijo el señor Bigelow, el arquitecto-.
Aquí tiene la llave, señor Stendahl.
Las dos figuras se alzaban inmóviles en la tranquila tarde
otoñal. Los planos azules crujían sobre la hierba de color de cuervo.
-La Casa Usher -dijo el señor Stendahl con satisfacción-.
Proyectada, construida, comprada, pagada. ¿El señor Poe no estaría encantado?
El señor Bigelow entornó los ojos.
-¿Era esto lo que
quería, señor?
-¡Sí!
-¿El color está bien? ¿Es desolado y terrible?
-¡Muy desolado, muy terrible!
-¿Las paredes son... lívidas?
-¡Asombrosamente lívidas!
-¿La laguna es bastante negra y siniestra?
-Increíblemente negra y siniestra.
-Y los juncos, no sé si sabe usted, señor Stendahl, que los
hemos teñido, ¿tienen ahora el color gris y ébano apropiado?
-¡Son horribles!
El señor Bigelow consultó sus planos arquitectónicos.
-La Casa, la laguna, el suelo, señor Stendahl, "enfrían y
acongojan el corazón, entristecen el pensamiento?
-Señor Bigelow, vale lo que cuesta, hasta el último centavo.
Dios mío, ¡qué hermosa es!
-Gracias. He tenido que trabajar a ciegas. Por fortuna,
tenía usted sus propios cohetes, o no hubiésemos podido traer la mayor parte
del equipo. Ya habrá observado usted el permanente crepúsculo, el invariable
mes de octubre, la tierra desnuda, estéril, muerta. Hemos trabajado mucho.
Matamos todo. Diez mil toneladas de DDT. No ha quedado una rana, una víbora, ni
siquiera una mosca marciana. Crepúsculo permanente, señor Stendahl, estoy
orgulloso. Unas máquinas ocultas oscurecen el sol. Todo es siempre
adecuadamente «siniestro».
Stendahl respiró la tristeza, la opresión, los vapores
pestilentes, toda la «atmósfera» tan delicadamente concebida y adaptada. ¡Y la
Casa! ¡Ese horror tambaleante, la laguna maléfica, los hongos, la extendida
putrefacción! ¿Quién podía adivinar si era o no de material plástico?
Stendahl miró el cielo de otoño. En algún sitio, allá
arriba, más allá, muy lejos, estaba el sol. En algún sitio era abril en Marte,
un mes amarillo de cielo azul. En algún sitio, allá arriba, descendían las
naves con una estela de llamas, dispuestas a civilizar un planeta
maravillosamente muerto. Pero el fragor de los cohetes no llegaba a este mundo
sombrío y silencioso, a este antiguo mundo otoñal y a prueba de ruidos.
-Ahora que mi tarea ha terminado -dijo el señor Bigelow,
intranquilo-, ¿puedo preguntarle qué va a hacer usted con todo esto?
-¿Con Usher? ¿No lo ha adivinado?
-No.
-¿El nombre de Usher no significa nada para usted?
-Nada.
-Bueno, ¿y este nombre: Edgar Allan Poe?
El señor Bigelow meneó la cabeza.
-Por supuesto -gruñó delicadamente el señor Stendahl, con
desaliento y desprecio a la vez-. ¿Cómo pude pensar que conoce al bendito señor
Poe? Murió hace 3 mucho tiempo, antes que Lincoln. Quemaron todos sus libros en
la Gran Hoguera. Hace ya treinta años...
-Ah -dijo juiciosamente el señor Bigelow-. ¡Uno de aquellos!
-Sí, Bigelow, uno de aquéllos. Allí ardieron Poe y Lovecraft
y Hawthorne y Ambrose Bierce, y todos los cuentos de miedo, de fantasía y de
horror, y con ellos los cuentos del futuro. Implacablemente. Se dictó una ley.
Oh, no era casi nada al principio. Mil novecientos cincuenta y mil novecientos
sesenta. Primero censuraron las revistas de historietas, las novelas
policiales, y por supuesto, las películas, siempre en nombre de algo distinto:
las pasiones políticas, los prejuicios religiosos, los intereses profesionales.
Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía
miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos
mismos y de las sombras de ellos mismos.
- Ya.
-Tenían miedo de la palabra «política», que entre los
elementos más reaccionarios acabó por ser sinónimo de comunismo, de modo que
pronunciar esa palabra podía costarle a uno la vida. Y apretando un tornillo
aquí y una tuerca allá, presionando, sacudiendo, tironeando, el arte y la
literatura fueron muy pronto como una gran pasta de caramelo, retorcida y
aplastada, sin consistencia y sin sabor. Poco después las cámaras cinematográficas
se detuvieron, los teatros quedaron a oscuras, y de las imprentas que antes
inundaban el mundo con un Niágara de material de lectura, brotó una materia
inofensiva e insípida, como de un cuentagotas. ¡Oh, hasta el «entretenimiento»
era extremista, se lo aseguro!
-¿De veras?
-Así es. El hombre, decían, ha de afrontar la realidad. ¡Ha
de afrontar el Aquí y el Ahora! Todo lo demás tiene que desaparecer. ¡Las
hermosas mentiras literarias, las ilusiones de la fantasía, han de ser
derribadas en pleno vuelo! Y las alinearon contra la pared de una biblioteca un
domingo por la mañana, hace treinta años. Alinearon a Santa Claus, y al jinete
sin Cabeza, y a Blanca Nieves y Pulgarcito, y a Mi Madre la Oca.... Oh, ¡qué
lamentos!, y quemaron los castillos de papel y los sapos encantados y a los
viejos reyes, y a todos los que «fueron eternamente felices», pues estaba
demostrado que nadie fue eternamente feliz, y el «había una vez» se convirtió
en «no hay más». Y las cenizas del fantasma Rickshaw se confundieron con los
escombros del país de Oz, e hicieron unos paquetes con los huesos de Ozma y
Glinda la Buena, y destrozaron a Polícromo en un espectroscopío y sirvieron a
Jack Cabeza de Calabaza con un poco de merengue en el baile de los biólogos. La
Bella Durmiente despertó con el beso de un hombre de ciencia y expiró con el
fatal pinchazo de su jeringa. Hicieron que Alicia bebiera algo de una botella
que la devolvió a un tamaño donde no podía seguir gritando «más curioso y más
curioso» y rompieron el Espejo de un martillazo y acabaron con el Rey Rojo y la
Ostra.
El señor Stendahl apretó los puños, jadeante, el rostro
enrojecido. ¡Oh Dios, no había pasado tanto tiempo!
En cuanto al señor Bigelow, la larga explosión del señor
Stendahl lo había dejado estupefacto. Al fin parpadeó y dijo:
-Lo siento. No sé de qué me habla usted. Sólo nombres para
mí. He oído decir que la Gran Hoguera fue una cosa buena.
-¡Fuera! -gritó Stendahl-. ¡Su trabajo ha terminado, y ahora
déjeme solo, idiota!
El señor Bigelow llamó a los carpinteros y se alejó.
El señor Stendahl se quedó solo ante la Casa.
-Oídme todos -les dijo a los invisibles cohetes-. Vine a
Marte para alejarme de vosotros, gente de Mente Limpia, pero llegáis en
enjambres cada vez más espesos, como moscas a la carroña. Pues bien, ha llegado
mi hora. Os daré una buena lección por lo que le hicisteis al señor Poe en la
Tierra. ¡Desde hoy, cuidado! ¡La Casa Usher está abierta!
Y alzó al cielo un puño amenazante.
....
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