Tick,
tick, tick y el reloj dejó de sonar. Un fuerte escalofrío recorrió mi cuerpo.
Abrí mis ojos aterrado, estaba paralizado y no vi nada detrás de la ventana.
Giré la vista y justo enfrente mío lo vi. Un sombrero de copa alta iluminado
por la lamparita, con una cinta blanca en el ala. Solo unos centímetros debajo,
dos manchas negras grandes, una al lado de la otra, parpadeando hipnóticamente
y, debajo una sonrisa negra muy larga y sin dientes visibles. Y estaba seguro
que eso no era parte del techo.
Quedé
asombrado. Mis ojos no podían dejar de ver aquella extraña figura que sonreía y
jugueteaba con la iluminación, en un momento esta delante de mío y al siguiente
se movía y se paseaba por toda la habitación, observándome con esos ojos
profundos y una sonrisa que se intensificaba cada vez más, hasta que la
lamparita se apagó.
En
ese momento estaba en un limbo existencial, pensando si era parte de mi sueño,
o si seguía despierto. Lo primero que me pasó por la cabeza era que el foquito
de la lamparita se quemó. Los segundos eran lentos, la presencia había
desaparecido. Mi intriga aumentaba más y, antes de armar un escándalo, traté de
investigar por mi cuenta.
Encendí
la linterna del celular como pude y comencé a buscar. De izquierda a derecha,
de arriba abajo. No había rastros del sombrero. Temblaba, pero ya no de frío,
sino de temor. Agarré valor de donde no tenía y me paré, con linterna en mano.
Caminé lentamente hasta el interruptor de la luz, y cuando la habitación fue
iluminada, parecía que todo había acabado.
La
luz me daba paz y valor. Me agaché y revisé bajo la cama, nada. Abrí las
enormes puertas del ropero, nada. Revisé la pequeña lamparita y todo estaba
normal, la conecté de nuevo y funcionó.
Me
dirigí al baño nuevamente, abrí la puerta y admito que perdí el control de mi
cuerpo, que temblaba sin parar, mis manos ni piernas no respondían, y aquel
rostro que hace algunos momentos atrás me generaba miedo e intriga, ahora
causaba en mi asco y repulsión, porque es difícil explicar cómo vi esos enormes
ojos negros y aquella desfigurada sonrisa salir del reflejo del espejo. Los
ojos se despegaban del cristal como si fueran dos chicles viejos y la boca era
gelatinosa, pero ahora no eran negros, sino blancos casi transparentes que
empezaron a formar alrededor de él un rostro muy oscuro donde no se percibía
ningún otro rasgo facial. Medía casi 2 metros de altura, en una figura delgada
e intimidante y encima de lo que yo entendí que era su cabeza, un sombrero
largo de copa, el mismo que había visto dibujado en mi techo.
Mi
esposa llegó a mi rescate. Como la mujer valiente que siempre fue, se puso
delante mío y presenció lo mismo que yo, pero ella no parecía asustada, más
bien tranquila. Aun así, ambos nos quedamos quietos unos segundos, viendo como «El
Hombre del Sombrero» desaparecía delante nuestro. Su cuerpo emanaba vacío,
una sensación de profunda tristeza, que sentimos cuando caminó entre nosotros
para salir de la habitación. Sus pasos eran lentos, secos y pesados.
La
poca luz que salía al pasillo principal, no dejaba verlo, pero nosotros estábamos
seguros de que se encontraba ahí. Mi esposa, tomando la iniciativa, corrió a la
habitación de mi hija, pero antes de que pudiera llegar; la puerta se cerró con
violencia asegurándose y sabíamos que él estaba dentro.
Un
grito desgarrado de mi pequeña, me estremeció por completo. Mi esposa le
gritaba que se calme, que "mamá y papá estaban ahí" pero, al parecer, no nos
escuchaba. Tal vez mi instinto paternal pudo más que ese confuso y atemorizante
momento que viví y, antes de pensarlo bien di un par de patadas a la puerta que
terminó abriéndola.
El Hombre del Sombrero giró su cabeza hacia
nosotros, estaba parado encima la cama delante de mi hija que gritaba y lloraba
desconsoladamente, pero seguía dormida. Sus bracitos se agitaban y su cuerpo se
estremecía. Encendí la luz y aquel misterioso ser se escondió en el ropero
golpeándolo, dando a entender que estaba molesto. Cargué a mi pequeña que no
paraba de llorar y la llevé a mi cama mientras mi esposa iluminaba toda la casa.
Volvimos,
con una lamparita de noche y agua bendita a iluminar el pequeño armario de esa
habitación y por más que lo buscamos, ya no lo encontramos. Mi pequeña quedó
dormida profundamente y cesó su sollozo.
Esa
noche ya no dormía, porque al cerrar los ojos recordaba esa macabra sonrisa y,
donde quiera que dirigía la vista, imaginaba la delgada, alta e intimidante
sombra con el sombrero de copa. El sonido de sus pasos resonaba en los cuartos
de la casa y escuché unos leves golpeteos bajo mi cama, en el ropero y en el
techo. Haciendo que la experiencia se alargue como si no fuera a terminar
nunca. Al menos lo peor de la noche ya había pasado.
El
amanecer me alivió profundamente y mi niña despertó tranquila. Aparentemente
sin recordar lo que pasó.
No
volvimos a tocar el tema hasta hoy que volví a verlo sonreír en la sombra de
una mañana nublada, antes de que mi hija corriera hacia nosotros diciendo: "Me visitó el hombre del sombrero papá, y
tiene un mensaje para ti. Al hombre del sombrero no le gusta que lo vean".
FIN
Josué Manuel Canelas Nova
Nació el 18 de junio del 2000 en
Cochabamba - Bolivia. Amante
del rock clásico y el sonido del violín. Fanático de The Beatles, Queen y La
Maravillosa Orquesta del Alcohol. Escritor de historias fantasiosas y
deprimentes. Asesino de personajes y sueños. Creador de momentos y eternidades.
Estudiante
de Comunicación Social, que conoció la pasión de leer y escribir gracias a la
Biblioteca Thuruchapitas. Escribe desde muy pequeño relatos cortos, con finales
depresivos y poemas inspirados en las obras de Walt Whitman y Charles
Baudelaire.